domingo, 6 de julio de 2008




Como cada día, el intrépido hombre bala aparece en el centro de la pista. Permanece iluminado bajo los focos durante un leve instante, es el centro de atención y el público observa la escena con el corazón hecho un nudo. Con aire solemne se introduce en el cañón y prende la mecha. Lo de la mecha es de mentirijillas, pero acojona un poco. En realidad, el trabajo duro lo realiza un gran muelle que a modo de resorte le catapulta a la oscuridad de la carpa. El intrépido hombre bala, escribe cartas de amor en la soledad de su camerino, el tipo de cartas de amor que acostumbraría a escribir un intrépido hombre bala. Firma siempre con sus mejores deseos: Simpleton, o algo así. Las palabras fluyen de su pluma como si fueran renacuajos. Sabe perfectamente que lo que está escribiendo junto con unas delicadas gotas de perfume barato -perfume de intrépido hombre bala- le confiere cierta gravedad a la declaración de amor que, por otra parte, desembocará en alguna situación futura más o menos desgraciada. El amor es ciego, sordo y mudo, pero nunca importa, eso apenas cuenta, porque el intrépido hombre bala siempre cae en los brazos de alguna mujer que le recoge de cada caída, a esa mujer le escribe las cartas de amor, es una mujer –digamos- conceptual, algo genérico, ahora es esta mujer, pero podría ser otra. El caso es que el intrépido hombre bala anda por la vida como si patinara sobre ruedas, claro que eso solamente ocurre cuando tiene los pies en el suelo, el resto del tiempo se lo pasa siendo proyectado desde su cañón y desplomándose en los brazos de alguna mujer. Eso conviene recalcarlo, porque sea cual sea el modo en que termina cayendo, aterriza en los brazos de la espectadora más hermosa del lugar, una de las muchas mujeres que ocupan un asiento bajo la gran carpa de doble pista. ¡Qué gran dilema! qué mujer elegir para la caída. Durante el trayecto ascendente, a pesar de la velocidad y del silbido de olla express en sus oídos, tiene tiempo para detectar a la mujer sobre la que se desplomará y a quien, más tarde, redactará cartas de amor victoriano desde su caravana, aunque no esté bien hacerlo, porque lo cierto es que ese tipo de historias no están nada bien, tan previsibles y tan de verse venir, no señor, nada bien, pero qué puede hacer, si el intrépido hombre bala adora cometer errores y una mujer, es uno de los errores que más a gusto se pueden cometer.

En uno de esos vuelos descendentes, además de caer en los brazos de una nueva mujer, hermosa e interesante como todas, cuando menos se lo esperan, se produce el milagro de la vida, ya saben, un nacimiento por accidente y el espectáculo guionizado aumenta en expectación e interés. Los futuros padres no piensan esperar a nadie, es más, con lo que son los asuntos familiares, incluso la madre del intrépido hombre bala llega tres semanas tarde al sacramento bautismal y bueno, el párroco del lugar, un tal Mason, asiendo fuerte su crucifijo bautiza al bebé con ginebra y regaliz, una encantadora manera de ocultar -de intentar ocultar- los pecados cometidos en el hueco que dejan las caries sobre una dentadura que se pudre poco a poco. Así que desde fuera, se puede decir que la sensación es que nuestro héroe, el intrépido hombre bala, se va a dar un buen traspiés de un momento a otro, eso que dicen de las ramas del árbol que están a punto de romperse. Pero al intrépido hombre bala le da igual un camino que otro, porque escoja lo que escoja volverá a caer, a tropezarse, y aterrizará de nuevo en los brazos de alguna mujer mientras siga representando la función diaria en pases de siete y nueve, porque a él, lógicamente le encanta cometer errores, a poder ser uno nuevo cada tarde. Y ahora él ya tiene otro error que cometer, un flamante error de más de un metro de pierna (si se le mide desde el nacimiento de la cadera) lo sabe a mitad del vuelo, en el punto más álgido de la parábola descrita, cuando a la vista de los demás es tan solo un proyectil. Eso sí, el tipo avisa, avisa que será mejor que su nuevo error, le recoja cuando caiga sobre su falda, se lo explica de manera sutil, con gestos en el aire, con ese tono de intrépido hombre bala, medio guasón medio temerario, le pone algún símil del tipo, tu espalda es como un tobogán dulce, un trampolín de azúcar por el cual deslizarse antes de caer, y ella, el error de metro de pierna, sonríe mientras él termina de caer sobre sus rodillas, rendido de amor, aunque sea algo que esté mal, porque esa otra historia también está mal, pero él adora cometer errores. Y ella ahora es su nuevo error, y mientras lo comete, se olvida o no tiene en cuenta que en ese mismo instante un bebé recién nacido es amamantado en la soledad del camerino del intrépido hombre bala, el lugar donde solía escribir osadas cartas de amor.

Unos años después, el asunto como era de esperar, termina inexorablemente en tragedia. Si es que a algo así se le puede llamar tragedia. El cachorrillo de hombre bala creció y se casó con una cantante pop un poco bisexual por un lado y un poco heroinómana por el otro, y posiblemente esa fue la primera vez del chaval en materia de errores. En eso salió al padre. Y claro, ese es el tipo de cosas que suceden en algunas familias, una familia extraña, como la del intrépido hombre bala, que a pesar de sus cosas, de todas esas cosas tan reprobables que hace, sigue volando lejos, vomitado por la boca de un cañón que refulge desde el centro de la pista y que lo proyecta lejos, hacia los brazos de una mujer diferente, todos y cada uno de los días, cometiendo como no podría ser de otro modo, un hermoso y adorable nuevo error.


(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Septiembre 2008)

Imagen: © Robin Blandford
Banda Sonora: © Jellyfish - "New mistake"




Publicado por Puzzle a las 17:39
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5 desvaríos:

Anónimo dijo...

"No quiero renunciar al maravilloso placer de equivocarme", es de Chaplin pero que gran verdad, sobre todo cuando los errores son de uno. Buen cuento.

La Maga dijo...

Aprendemos más de nuestras equivocaciones que de nuestros aciertos. ¿Quién no es un hombre o mujer bala y más en asuntos de amor? No me decepcionas, escribes cuentos maravillosos y llenos de magia.

Anónimo dijo...

Dejarse llevar por el destino y no morir en el intento...
Ufff! Es aventurero y, en ocasiones, no dudo que enriquecedor... aunque probablemente, haya de todo... Y todo a la larga pasa factura…
Modestamente, le diría a este coleccionista de errores que direccionase bien el cañón antes de la caída… je, je!- giorla-

Anónimo dijo...

los grandes errores, ay madre, esos son los que casi siempre tienen que ver con amores imposibles, o personas que no nos convienen y aún así nos tiramos de cabeza hacia ellas como si tuviésemos un imán en la coronilla, o con situaciones que se nos van de las manos cuando jamás se nos ocurrió que pudiéramos caer en ellas.

me gusta cómo lo cuentas, me gusta el tipo de música que acompaña la historia, me gusta la mirada y la ironía, como si adornaras la tristeza con el sarcasmo.

ahora bien, el final se me queda un poco cogido con pinzas, un poco a medias, ¿puede ser?.

besitos

Anónimo dijo...

Sería un consuelo pensar que los errores son un asunto genético. Podríamos utilizar la excusa de:"Ah, lo siento. Es que soy así de nacimiento" Y uno no tendría que pasarse la vida investigando porque se equivoca una y otra vez, hasta el infinito y más allá, sobre todo en cuestión de amores.

 
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