martes, 15 de enero de 2008




No se recuerda una belleza guanche tan bien dibujada como la de Nayra, porque Nayra parecía un dibujo, o más bien una fotografía antigua de una mujer que forzosamente tenía que haber pertenecido a otra época o a otro sistema solar, aunque las dos cosas bien pudieran haber sido ciertas.

Sabemos de Nayra que llamaba la atención, que en los días de panza de burra –que eran casi todos- cuando en Las Palmas apenas asomaba el sol por el parque de Santelmo, ella seguía brillando por Tomás Morales camino del obelisco como si nada de aquello fuera con ella. Dicen, y cuesta creer, que nunca se enamoró y que le encantaban los helados de hielo del puestito de Las Canteras (el de al lado de la caseta de la Cruz Roja) y el Clipper de Fresa. Terminó arquitectura en Tafira y se largó a la península un viernes de mayo para probar suerte en Zaragoza. Un verano como no se conoce, pegajoso y particularmente extraño (la ciudad más que recibir, parecía que mandaba de vuelta a Santelmo y a los días de panza de burra) sacó el lado más feroz de Nayra, que lejos de achicarse, se rehizo en el portal de un estudio (gabinete que diría el imbécil de su director de proyecto) de arquitectura. De Zaragoza le gustaba el Parque Grande, el cielo azul-Monegros y salir de tapas por el Tubo, también el Teatro Principal que le recordaba mucho (más de lo que le gustaba reconocer) al teatro Benito Pérez Galdós.

En septiembre la hicieron fija y lo celebró con un amigo al que empezaba a encontrar interesante y divertido, aunque de él destacaría otras cosas que se guardaba muy bien para sí misma y para su almohada. Durante la cena, añoró los días en Puerto de Mogán y la arena fina de Guayedra. En octubre desfiló con el traje típico el día de la ofrenda en una mañana que se le antojó fría y húmeda y echó especialmente de menos los asaderos en Tejeda. En noviembre cogió su primera gripe, no la primera del año o de la temporada, sino la primera de toda una vida y eso le hizo recordar aquel día que nevó en la cumbre y la población entera quedó con la mirada y el alma puesta en el Roque Nublo. Esa misma noche, Nayra sintió un tremendo espacio abierto entre el dormitorio que ahora ocupaba y su vida en la isla.

Nayra comenzó a desdibujarse hasta que en diciembre, una mañana de lunes, de camino a un edificio que andaba rehabilitando, un golpe de cierzo frío y punzante le congeló el corazón, que de acuerdo al informe del forense, dejó de latir más por pena que por frío.

Fotografía: © David Niles

Publicado por Puzzle a las 13:32
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8 desvaríos:

Anónimo dijo...

También me congelé, quiero pensar que de frío, pero parece...ay, no sé.

Un abrazo algo tembloroso.

Anónimo dijo...

para leerlo de nuevo
y de nuevo
rebosa belleza

muy bueno!

Amalia dijo...

No hay cosa peor que desdibujarse... perder los contornos y difuminarse en la vida...

Finalmente una chica de protagonista... solo lamento que su final haya sido una pena que le detuvo el corazon... pero suele suceder...

Besos!

Anónimo dijo...

Éste sí que me ha gustado...Está muy bien descrita la pena que uno siente cuando se encuentra lejos de su tierra.
Es cierto, lo sé. El corazón termina por pararse.

Anónimo dijo...

Se alimentó de recuerdos bellos y se olvidó de fabricar nuevos.
Cuando se le agotaron...se paró.

Narya dijo...

bonita historia.. aunque con final triste.. pobre Nayra.

Anna Moran dijo...

¡Me encanta esta historia! Yo trabajé varios años en esa zona y sé de lo que hablas, qué añoranza me acaba de entrar. Después me volví a mi casa del norte, aunque no era Zaragoza, y el corazón también se me heló un poco.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Yo también soy de Canarias, de las Palmas además, y también a veces se me para el corazón de añoranza.
Me encanta como escribes pero este relato me ha llegado más que cualquier otro.

 
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