lunes, 17 de diciembre de 2007




Daniel era un adolescente de ciudad, medio contrahecho y ligeramente torcido de cintura para arriba. Por eso llevaba aquel enorme corsé metálico: una suerte de cárcel que le encerraba el cuerpo desde la cadera hasta el cuello. Andaba con la mirada bien alta, como apuntando al cielo en busca de respuestas y de días soleados que no llegaban. El manejo era complicado, sus apariciones públicas requerían de ciertos preparativos que impedían que se prodigara con frecuencia; no podía tomar el autobús (todos recuerdan los interminables episodios de caídas y resbalones intentando acceder a la línea treinta y tres) y tenía que entrar a los vehículos apilado como un tronco de árbol recién talado.

De vez en cuando y en los momentos más inesperados, extraviaba algún tornillo por la calle, si le alcanzaba el valor pedía ayuda para que alguien lo recogiera, alguien que de una manera o de otra dudaba primero ante la idea de que le estuvieran gastando una broma pero que, al final, viendo los hierros que asomaban por el cuello de la camiseta se prestaba a la búsqueda. Muchas veces Daniel volvía a casa con un desconsuelo de más y varios tornillos de menos, lo que le obligaba a visitar de nuevo la ortopedia, ya fuera para engrasar algún remache o para rescatar las piezas desencajadas y perdidas por el camino o el ascensor. La primera vez que pisó aquel horrible lugar era verano, verano de aceras pegajosas, el resto de adolescentes de ciudad poblaban las piscinas y los parques, mientras Daniel solía recordar, revivir más bien, la sensación desapacible y húmeda de su cuerpo recubierto por una sopa pastosa de escayola fría, el silbido ahogado de su propia respiración en el cuartillo de atrás mientras cuajaba el molde y lo lejos y ajeno que se sentía a todo lo demás dentro de aquella mala copia de sí mismo. Dormía en su jaula de metal y soñaba con aviones que se estrellaban contra patios de colegios deshabitados, con hombres grises que ascendían rampas de garajes de ciudades también grises y, cada vez con más frecuencia, con títeres incontrolados y torpes, fantoches desposeídos de toda dignidad que se apilaban en el asiento de atrás como árboles talados.

Odiaba las líneas rectas y los espejos. Detestaba ser el fatal depositario de la crueldad de aquellos que se burlaban o le bautizaban continuamente con motes nuevos, grotescos, gastados de tanto uso: Jorobadito y mal hecho, Robocop y a veces, simplemente Mazinger.

Daniel enseguida se dio cuenta de que Nuria (aquella muñeca de porcelana de la primera fila) nunca se fijaría en él, lo mismo que Rosa, Violeta o Blanca y exactamente igual que Raquel. Ninguna chica en su sano juicio querría acercarse o reparar en alguien que apenas podía andar diez metros sin tropezar, que hacía saltar los detectores de metal que encontraba a su paso o que no podía volar en columpio ni atarse los cordones de los zapatos. En realidad, Daniel sí se relacionaba con chicas, en la salita de espera del hospital (antes de las sesiones de rehabilitación diarias) coincidía con muchachas portadoras de corsés como el suyo que intentaban ocultar con la ayuda de alguna bufandita o pañuelo al cuello y que evitaban los escaparates de tiendas bonitas que reflejaban la imagen distorsionada de sus cuerpos y sus pechos recién florecidos y aplastados por el hierro, mujercitas metálicas que lloraban pequeñas lluvias porque intuían, o sospechaban que nunca podrían llevar vestidos hermosos y faldas de volantes con las que bailar descalzas por los parques y correr por las calles. Lo cierto es que Jorobadito siempre hubiera querido decir algo, darse a conocer de algún modo, pero todo el valor del que disponía lo guardaba para cuando volviera a perder algún tornillo en el supermercado, así que nunca decía nada y se dedicaba a poner cara de comprender.

Mientras tanto, los otros chicos salían y conocían el sabor de los primeros besos, de los cigarros a escondidas y los combinados de ron y tequila, los reservados de la disco y los mensajes de amor enviados en aviones de papel. Jorobadito nunca recibió invitaciones a fiestas de cumpleaños, tampoco para jugar a la pelota en el patio (aunque ofreciera su bocadillo a cambio y siempre se quedara sin almuerzo y sin partido. Como no podía ser de otra forma, Nuria se decidió por el tipo que más goles marcaba en la liga local (con el tiempo sería un fenómeno en casamientos por penalti), Rosa por el matón de Quinto B (el que empujaba a Robocop escaleras abajo) y Raquel le dio su primer beso al chico que años más tarde le partiría la boca, los dientes y el alma sin contemplaciones de ningún tipo. Blanca, que siempre andaba buscando bronca, se despachaba de lo lindo con Violeta en el vestuario de chicas y se volvió un marimacho y campeona absoluta de lucha libre cuando llegó a la universidad.

Jorobadito siguió perdiendo los tornillos a pares, tropezando consigo mismo y con sus desánimos y soñando con aviones y hombres grises, mientras los huesos le dolían y le bailaban por dentro descompasados. Probó a colgarse ladrillos de las manos y las piernas, estirarse con un sistema de poleas que imaginó en una de aquellas interminables y dolorosas sesiones de rehabilitación, y planeó vivir suspendido del revés una vez que descartó la idea de dejarse aplastar por una apisonadora marca Acme que le dejara bien plano y fino como un cromo de Naturaleza y Color o un pergamino japonés. Manejó miles de opciones hasta que finalmente se decidió por nadar todas las mañanas hasta perder el resuello y dejarse caer en un gimnasio de barrio por las tardes. Siempre ocupaba dos taquillas, una para la ropa y otra para la armadura y como tocado por una idea feliz, aprendió con el tiempo a gastar bromas referidas a su prototipo y a reírse un poco más de su sombra alargada y tiesa. Ahí comenzó a cambiar todo.

Aún se recuerda la gran explosión metálica y los tornillos de aquella coraza saltando por los aires el día que revelaron la primera radiografía que no parecía un cuadro de Kandinsky. El momento justo en el que certificaron su verticalidad y pudo gritarlo al mundo.

Alguien me contó que Daniel no tardó en descubrir el sabor de los besos a tabaco, que terminó tocando en un grupo de pop con cierta repercusión a nivel nacional y que, de tarde en tarde, puedes verle en la sección de libros de unos grandes almacenes arrojando tornillos al suelo (tornillos que lleva escondidos en el bolsito vaquero de Marta, su novia) y pidiendo por favor que alguien se los recoja. Resulta que ya le alcanza el valor.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Diciembre 2007)

Publicado por Puzzle a las 13:13
Etiquetas: ,

7 desvaríos  

miércoles, 12 de diciembre de 2007


El señor Azul (lo de azul viene por una mala traducción relacionada con la extensa gama de tristezas que es capaz de alojar en las entrañas) hace todo lo necesario para no pensar. Lee libros para no pensar, escribe tonterías para no pensar, también lo hace para que alguna antigua novia suya -que, por otra parte, no quiere saber nada de él- pueda criticar esas estupideces que escribe de vez en cuando. Por eso y porque le gusta que le metan caña que, dicho sea de paso, le sirve también para no pensar. Se pierde en avenidas sembradas de soportales que bostezan despedidas para no pensar y solicita en algún estanco -con el correspondiente impreso- un poco de ternura de segunda mano para no pensar. Acude a la oficina para no pensar, le mira el culo a la de Recursos Humanos para no pensar, disimula estar bien o tirando (lo que él denominaría "normal") para no pensar, camina como si le persiguieran los recuerdos con tal de no pensar, se compara con tipos que jamás serán como él para no pensar, se detiene en los escaparates de lencería fina y no reconoce su reflejo entre tanto maniquí de medidas perfectas, si es que eso puede decirse que sea algo que ayude a no pensar. Observa a la mujer del tiempo y sus manos de mujer del tiempo para no pensar. Se imagina todas esas borrascas avanzando entre sus costillas. Entra en una agencia de viajes, se presenta, soy el señor Azul, dice todo pomposo y a continuación averigua la mejor manera de abandonar la ciudad discretamente, quiere visitar ciudades con nombres impronunciables, para que luego no puedan encontrarle -Tewkesbury por ejemplo- incluso cuando los de la agencia de viajes le contemplan de un modo extraño, el señor Azul les mantiene la mirada para no tener que pensar, uno, dos, tres...cinco...diez y les sigue mirando para no pensar. Se salta los semáforos para no pensar y encaja con indiferencia los insultos del taxista que ha tenido que esquivarle en el último momento. Hace fotos de las aceras que pisa para no pensar, duerme con viuditas desdentadas para no pensar, silba canciones tristes, todo para no pensar. Visita amigos que creen firmemente en la posibilidad de no pensar -al menos durante un tiempo-, intenta alargar ese tiempo, estirarlo como si fuera un domingo de un verano que una vez tuvo y se marchó dando tumbos, fuma (él que nunca ha fumado) cigarrillos bajos en nicotina para no pensar, responde cartas atrasadas para no pensar, hace el equipaje y lo llena de ropa interior como para una vida entera y también aunque muy de vez en cuando, se fuga con la vecina del sexto que no está nada mal, total, para no pensar. Hace cualquier cosa para no pensar, lo que sea, tampoco toma líneas de metro de color azul o gris, porque significaría sin duda la manera más torpe de quedarse atrapado en aquello en lo que no quiere pensar. Pero sobre todo, y por encima de todas las cosas, el señor Azul nunca se enamora, para no pensar.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Enero 2008)

Publicado por Puzzle a las 15:12
Etiquetas: ,

7 desvaríos  

miércoles, 14 de noviembre de 2007




Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del
amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua","¿sabes manejar?", "se hizo de noche", entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde" y tú sabías que decía "te quiero".)

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tú quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

(Jaime Sabines)

Publicado por Puzzle a las 11:07
Etiquetas:

5 desvaríos  

martes, 16 de octubre de 2007




Se besan. Y no veas cómo. Dan ganas de saltar del coche y hacerles el corro de la patata. Junto a ellos se detiene también el tiempo y un poco todo lo demás: las calles, el tráfico, un banco de cúmulos que avanza en dirección Gran Vía y amenaza tormenta de febrero. Todo quieto y allí permanecen ensamblados el uno al otro, como piezas de Lego, no tendrán más de quince y ya comprenden que la vida consiste en devorar el tiempo, las bocas, las lenguas, masticarse adheridos por la cintura, cadera, coxis y rabadilla y el chaval que la sujeta como quien sujeta un mundo entero, un planeta, al tiempo que le cuenta al mismo mundo congelado en esa esquina, que esa chica es suya, o quiere que sea suya, una vida entera o esa vida que es la única que conoce y que entiende. Lejos de separarse, se juntan más, juraría que ni respiran y, si lo hacen, tiene a la fuerza que ser de manera invisible y precipitada, dejando pasar pequeñas cantidades de oxígeno entre el inexistente espacio que queda libre entre sus bocas disueltas, devastadas por todo ese mar de arrebato adolescente.

Pienso que nadie en su sano juicio quiere avisarles, avisarles de lo que viene después, con el tiempo, cuando tengan dieciocho o veintitrés o treinta y tantos, y ella conozca las fiestas de fin de curso, los viernes de cosquillas en el ombligo que terminan en domingos de resaca, las pruebas de embarazo en un retrete de escuela, para qué, para qué joderles con lo que viene, si tarde o temprano jugarán al Lego en otras cinturas, en otras caderas, en otras rabadillas, y quien sabe si olvidarán todos estos besos de esquina que ahora ocupan orgullosos una tarde de dos mil nueve. Nadie quiere avisarles, porque eso sería como lanzar piedras a dos perros que fornican en la calle y escapan aullando y desencajados.

Se besan, se mastican, y la vida se detiene en una esquina, junto a un semáforo que parpadea con desgana, también se detiene el tiempo y un poco todo lo demás: las calles, el tráfico y un banco de cúmulos que al alcanzar la vertical de sus cabezas, de sus bocas, de sus lenguas, comienza a descargar un espléndido temporal.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Febrero 2009)

Publicado por Puzzle a las 22:25
Etiquetas: ,

11 desvaríos  

miércoles, 3 de octubre de 2007




1. Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.

2. Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.

3. Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.

4. Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.

5. Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!

6. Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

7. La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.

8. Piensen en el punto número siete. Uno debe pensar en el siete. De ser posible: de rodillas.

9. Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, de Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.

10. Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.

(Roberto Bolaño)

Publicado por Puzzle a las 18:43
Etiquetas: ,

1 desvaríos  

sábado, 1 de septiembre de 2007




Marla siempre quiso que acudiéramos a un terapeuta argentino en cuanto terminara el verano. A mí me gusta que Marla tenga todo lo que desee. Por eso me casé con ella. Ahora Marla dice que se siente sola cuando no estoy en casa, que un animal doméstico le haría compañía o en su defecto un amante, pero que de momento prefiere un animalito. También quiere que vuelva el tipo que yo solía ser, aquel hombre decidido y seguro que le nublaba los sentidos. El terapeuta argentino sugiere que haga cosas arriesgadas, que eso ayudará a combatir esa extraña y repentina crisis de inseguridad que me invade.

Es Septiembre. He hecho algunas llamadas. Quiero que Marla sea feliz y recuperar su admiración de antaño. Mañana perfilaré los detalles y le contaré mi plan: he decidido adquirir un cocodrilo. No concibo otro animal más apropiado para Marla. Por otra parte, el cocodrilo me permitirá recuperar al tipo que fui. Combatiré mi inseguridad con actos arriesgados al tiempo que Marla estará acompañada durante mis ausencias. Todo volverá a ser como antes.

Un cocodrilo lleva una vida bastante inactiva y yace inmóvil la mayor parte del día. Por la mañana el cocodrilo busca el calor del sol, así que podrá hacerle compañía a Marla en la terraza a la hora del desayuno. Le pondremos un nombre adecuado, un nombre de reptil o de político famoso, aunque a mí me resultan encantadores los cocodrilos. Un cocodrilo permanece en espera durante horas, no tiene prisa, no pasa el tiempo en su vida de cocodrilo. El nuestro podría vivir en la piscina.

Entonces imagino que regreso al final del día, justo cuando se pone el sol afuera en la casa. Marla me recibe amorosamente, hablamos de cómo nos fue la jornada y le pregunto por el cocodrilo. Después de la cena acostumbro a hacer mi número más arriesgado en el patio, junto a la piscina, preparamos algún cóctel y fumamos cigarrillos finos, comentamos lo lejos que queda la felicidad y lo poco que nos damos cuenta cuando la tenemos planeando sobre nuestra existencia. Luego me incorporo y pausadamente, con un gesto grave, introduzco mi cabeza en la mandíbula del cocodrilo. Permanezco quieto unos segundos. Cada día que pasa alargo el intervalo de tiempo dándole más emoción a la escena. Eso me acercará a Marla.

Ahora sé todo lo que hay que saber acerca de los cocodrilos. Los cocodrilos, por ejemplo, tienen cuerpos pesados y metabolismos generalmente lentos. Nuestro fiel compañero está bien adaptado a la vida en la piscina y solo de vez en cuando abandona la rutina de sus aguas siempre quietas, únicamente para nuestro número circense, deslizándose sobre el césped del jardín, arrastrando su estómago y empujándose con los pies. Luego se dirige hacia el velador que preparamos cada noche para celebrar el espectáculo. Ayer, lamentablemente, perdí una oreja cuando me disponía a sacar la cabeza de la boca del cocodrilo. Si hubieras visto la cara de infinita admiración que proyectó Marla contra la superficie azulada y mansa de la piscina, comprenderías que una oreja importa bien poco y que, ahora sí, todo volverá a ser como antes.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Septiembre 2007)

Publicado por Puzzle a las 11:07
Etiquetas: ,

6 desvaríos  

martes, 21 de agosto de 2007




Hoy quiero que me hables de ti. No hay prisa: tenemos tiempo. Cuéntame algunos secretos, eso me apetece. Podrías empezar por hablarme de aquellas canciones que tienes casi olvidadas y te hacían sentir cosas. Cosas que ahora no sabrías explicar. Eso es lo que me gustaría, que me hables de cómo te imaginabas que sería el futuro cuando fueras mayor y ya no te diera miedo lo que hubiera debajo de la cama. De cómo fue que creciste y has llegado a ser una personita grande, un proyecto de vida. Cuéntame, eso me interesa, la vez que soñaste que te brotaban alas de la espalda y volabas.

Háblame de las cosas que te importaban, por ejemplo de tus peluches, tus peluches y tus pulseras. Háblame de cuando no podías hablar de tanta risa que te entró y te atragantabas, de la amiga que más envidiabas porque te sentías pequeña y feucha a su lado y aún asi la adorabas. Háblame de si te gustaba tu nombre -si todavía te gusta- y si llevabas caramelos a clase el día de tu cumpleaños, de jugar en el patio y los moratones en las rodillas, de si tenías una mochila llena de sueños y tu primera excursión. Háblame de todo eso, no hay prisa, quiero saber de tus vacaciones y lo que pensaste la primera vez que viste la nieve o el mar o la sonrisa de aquel chaval que te miraba distinto pero bien.

Hoy quiero que me hables de esas cosas, tenemos tiempo. Háblame de la mujer que tengo frente a mí, de si todavía te recoges el pelo y si sabrás reconocerme entre tanta gente.

Publicado por Puzzle a las 10:50
Etiquetas:

5 desvaríos  

sábado, 4 de agosto de 2007




Aquel día, la playa reclamaba atención meciendo las olas con una cadencia suave pero eficaz. Proyectaba un sonido de mar que bien podía entenderse como un rugido o un ronroneo. Todo dependía de quien escuchara.

La playa hizo todo lo que pudo, todo lo necesario para poder acunar aquella botella hasta depositarla plácidamente en la arena. Al fin y al cabo era una playa mensajera: su única misión era lanzar y recibir todas las botellas portadoras de mensajes. Sin hacer preguntas. Únicamente se conocía el punto de partida. Era desconocido el lugar de llegada. Sería elegido al azar. Todas las playas mensajeras se sentían orgullosas de serlo y cumplían su cometido a la perfección. Una autentica maraña de costas y ensenadas, una red organizada de kilómetros de dunas salpicadas por el océano, capaces de catapultar mensajes secretos, de amor y de auxilio, interconectadas entre sí, de un extremo a otro del planeta. Miles de botellas en tránsito y todas llegarían siempre a un destino. A algún destino.

Ese es el motivo por el cual la playa no esperaba caricias ni manos moldeando sus orillas en forma de castillos y fortalezas. No esperaba sonrisas de domingo, sonrisas de enamorados jurándose amores eternos que no duran más de un verano. La playa, sencillamente, reclamaba atención, así que hizo todo lo que pudo. Depositó la botella junto a un bulldog francés que jugueteaba con su dueña y se aseguró de que la entrega fuera perfecta.

Al fin y al cabo, era una playa mensajera.


Ilustración: © Cecilia Varela

(Nota: La primera versión de este relato se publicó en el País de las Tentaciones, el 2 de Julio de 2004, bajo el título: "Playas Mensajeras")

Publicado por Puzzle a las 10:03
Etiquetas: , ,

2 desvaríos  

lunes, 30 de julio de 2007


El aviso era claro. El mundo se terminaba dando una última gran pataleta. En su lugar vendría uno nuevo que, por lo pronto, estaba a medio levantar. La fecha de entrega se cumpliría, eso es cierto, aunque nadie podía esperar que el nuevo mundo estuviera concluido sin defecto alguno en el plazo acordado. Desde el exterior, a una altura considerable, se podían observar los continentes desdibujados, todo porque a última hora decidieron rechazar la creación de los nuevos a imagen y semejanza de los que ya existían. Hubo que improvisar. Se impuso en el concurso de ideas la corriente más progresista que apostaba por grandes superficies de agua que, en cualquier caso, no distaran tanto las unas de las otras como las actuales. Hubo consenso en el número: nueve continentes y siete océanos. Un equipo -el más creativo- se encargó de la orografía, otro más multidisciplinar de las razas y las etnias, un tercero de las diferentes lenguas y dialectos y así se sucedió todo lo demás: especies animales, sistemas de creencias y filosofías, una ética y moral únicas a modo de derechos humanos universales. Un comité de sabios tuvo que seleccionar los libros y las obras de arte que se salvarían del peor de los finales pero nadie quedó enteramente satisfecho. Por supuesto, todo el que quisiera tenía un lugar que le correspondía por derecho propio en el nuevo mundo sin coste adicional, era lo acordado por los gobiernos involucrados en la destrucción del anterior. En contra de lo que pudiera parecer lógico, quien así lo deseara podría optar por desaparecer con el viejo. Con las prisas, no se alcanzó un acuerdo con el nombre que le darían al nuevo y así fue que durante años nadie supo en qué mundo vivía, cómo se llamaba, ni cuánto duraría esa vez.

Publicado por Puzzle a las 23:06
Etiquetas:

7 desvaríos  

jueves, 26 de julio de 2007




Ti regalo questo, potrebbe essere una passeggiata nel parco o una canzone senza fine. Una lettera d’amore, un cappuccino nella tua piazza preferita o un trucco di magia senza preparazione.

Ti regalo questo così lo porti con te, piegato nella borsa, o fra le pagine di un libro di Benedetti. Così quando ti arrabbierai con me potrai stropicciarlo o fare una palla e buttarlo dalla finestra e guardare felice come lo schiaccia un bus. Per incartare una mela o per incollarla al muro. O per scriverci sopra il numero della banca.

Qualcosa di arrangiato. Quelle cose che inizi a scrivere senza pensare e che non sai quando finirà. Ti regalo un tango di Piazzolla così lo ascolti mentre ti fai i capelli. Ti regalo un sogno, una camminata sulla riva del lago, magari a Bariloche, una passeggiata per le strade di Buenos Aires o un caffè al Tortoni.

Ti regalo un’idea. Il concetto più bello della complicità, uno scenario vuoto nel quale cercare il miglior modo di trovarsi.

Ti regalo queste righe imprecise, senza capo né coda, senza trama né fine, senza argomenti e senza attori principali. Senza una morale. E se ce l’ha, che solo tu lo sappia.

L’unica cosa che devi fare è spegnere la luce, chiudere gli occhi e la porta della tua stanza, non necessariamente in quest’ordine. Lascia che ti parli piano, dimentica le fatture ed il tg. Amami un po’ di più di cinque minuti fa, e fammelo sapere in qualche modo.

Ti regalo un desiderio. Riempirti di voglia di ridere e di scappare correndo. Che tu abbia bisogno di sentirmi e di trovarti a chiedermi di spegnere la luce, che chiuda la mia porta e allora, iniziare a leggere questo che ora stai leggendo. E magari non riuscissimo a smettere di chiamarci ogni notte, per trovarci nella stessa favola. Tutta la vita.

Lascio aperta la finestra perché tu possa entrarci, per potermi spiare. Per vedermi senza che io ti veda. Perché tu abbia cura di me senza che io lo sappia.

Una favola per portarti in viaggio. Nelle strade e nei parchi.

Ti regalo queste parole senza carta colorata, né uno “spero che ti piaccia”. Parole che parlano di te e di me, che possano leggersi qualsiasi giorno dell’anno, a qualunque ora, sia quale sia il tuo umore.

Ti regalo questa storia.


Nota: De todas las versiones que pueden encontrarse en internet de "Te regalo un cuento", hoy he descubierto que también existe una traducción al italiano. La ilustración es de Cecilia Varela y forma parte de las imágenes que queremos incluír en el libro del cuento.

Publicado por Puzzle a las 18:22
Etiquetas: ,

2 desvaríos  

martes, 17 de julio de 2007




Estaba a punto de ganar la costa, cuando escuché los gritos de una mujer, que pedía auxilio. Con gran dificultad había conseguido acercarme a la playa, y no tenía intención de retroceder. Fue cierto sentimiento de vanidad, de suficiencia, más que la generosidad, lo que me llevó a cambiar de parecer. Oscurecía, el cielo amenazaba tormenta, y hubiera sido más fácil nadar unos metros más hacia la orilla. Pero yo ya estaba salvado, y nada hay más peligroso en este mundo que un hombre que ha vuelto a nacer: en su interior, está convencido de que ya nada grave le ocurrirá y especialmente sospecha que su salvación se debe a ciertos méritos personales —la astucia, la inteligencia o la imaginación—, a partir de los cuales es invencible. Pronto olvidé que era un sobreviviente y las fatigas que eso me había causado: retrocedí con arrojo, con el excedente de vida que me sobraba.

El mar estaba picado, y una luz confusa, amarillenta, presagiaba vientos y relámpagos. Las olas, cada vez más altas, comenzaban a precipitarse con mayor rapidez. El mar era azul, profundo, pero a lo lejos se ennegrecía como un tumor. No había visto nunca antes a aquella mujer, y no me pregunté nada acerca de su naufragio: procediera de donde procediera, se estaba ahogando, y aunque gritaba, no hacía gran cosa por evitarlo. Viéndola sumergirse y reaparecer, con los cabellos sueltos y los ojos desorbitados, llegué a pensar que esa mujer, por algún raro fenómeno, no flotaba. De modo que procuré ayudarla con mis gritos:

¡Flexione las piernas! ¡Muévalas! ¡Agite los brazos en círculo! ¡Cierre la boca!

No sabía si oía mis instrucciones, pero pensé que de todos modos, si el eco de mi voz le llegaba, iba a tranquilizarse un poco: comprendería que no estaba sola, que otro náufrago —recién salvado— se precipitaba en su ayuda. Creo que no me equivoqué, porque a poco de escuchar mi voz, súbitamente su cuerpo se aflojó, adquirió una consistencia de medusa, y comenzó a flotar. Esto me tranquilizó. Sin embargo, no flotaba todo el tiempo. Como sacudida por bruscos impulsos, difíciles de contener, de pronto se sumergía otra vez, repleta de agua, y volvía a reaparecer, extenuada y convulsa. Entonces yo insistía con mis gritos.

La distancia que nos separaba ya no era tan grande, pero yo estaba cansado y muchas veces las olas, aprovechando mi extenuación, me hacían retroceder. Tenía los ojos enrojecidos, la mandíbula inferior me dolía y respiraba con mucha dificultad. Pero me concentré en dos brazadas largas y los metros que nos separaban los superé con un supremo esfuerzo: cuando el agua estaba a punto de arrebatarla conseguí sostenerla por el cuello.

—Tranquilícese —conseguí balbucear.

Aflojó tan súbitamente todo el peso de su cuerpo, que sentí como si un enorme globo, lleno de gas, se precipitara sobre mí. El impacto fue tan inesperado que me impelió otra vez al fondo, y la solté: esa nueva incursión a las entrañas del mar, con su sucio lodo verde y los residuos calcáreos me llenó de horror y por un instante me dejé arrastrar en la corriente, como un pez envenenado que ha perdido el sentido de la orientación. Pero me recuperé en seguida, y recordando a la náufraga, estiré los brazos y la atrapé otra vez. Ella bufaba y lanzaba agua como el hocico de una ballena; en realidad, parecía pesar lo mismo. Cuando conseguí asirla por el cuello, dio patadas al aire, gruñó y yo tuve que aconsejarla.

—Tranquilícese. No tenga miedo. Pronto habremos ganado la orilla y ya habrá pasado todo.

Decidí remolcarla asiéndola por la nuca, pero ella se revolvía como ciertos peces cuando han mordido el anzuelo: conducirlos hasta la costa es una tarea lenta, pesada, que exige enorme habilidad. Igual que el hombre que ha conseguido enganchar un pez espada, para atraerlo, debe soltar línea y dejarlo sacudirse y alejarse, yo debía, por momentos, permitir que el agua se la llevara un poco y aprovechar los momentos en que su resistencia disminuía —o era menor la presión de las olas— para arrastrarla.
Entre tanto, el cielo había oscurecido por completo y algunos relámpagos brillantes lo cortaban en dos, con trazo desigual. Yo aprovechaba esas fugaces iluminaciones para orientarme. Cuando conseguí colocar una de mis manos bajo su axila, pensé que iba a ser más fácil transportarla, pero una violenta sacudida de su cuerpo volvió a separarnos, y no tuve más remedio que reconvenirla.

—¡Un poco de cordura, por favor! —le grité, mientras un relámpago nos iluminó con su amarillento fulgor. Había comenzado a llover, y el agua que me golpeaba la cara, en medio de la oscuridad, me parecía salida de un pozo. Tuve miedo de perderla, en el forcejeo con el agua, pero de pronto me di cuenta de que ella se había aferrado muy hábilmente a mí: sentí el ardor de dos heridas abiertas, en mis costados, allí donde sin duda hubiera sido conveniente que yo tuviera dos asas, como las vasijas, para que pudiera agarrarse mejor.

—¡No apriete tanto, señora! —le grité en medio de un borbotón de espuma que me cubrió la boca.

Fuera como fuera, ella había encontrado una posición bastante cómoda para deslizarse, y no creí oportuno rectificar: debía nadar un buen trecho, todavía, para llegar a la costa; luego me haría curar las heridas.
Nadé unos cuantos metros en esa posición, con ella a mis costados. Pero un golpe muy fuerte de agua debió separarla, porque de pronto sentí que su presión aflojaba, y cuando me volví para ayudarla a mantenerse a flote, un feroz puntapié en el vientre me impelió lejos. Sentí que las aguas me desplazaban hacia adentro, sin resistencia, como un barco desarbolado. Yo iba conducido, mecido por ellas, en un sueño lleno de reflejos, de náusea y de gruñidos. Estaba tan agotado que no tuve deseos de oponerme a esa corriente.

Cuando conseguí abrir los ojos y volver a flotar, en la penumbra alcancé a divisar a la náufraga. Ahora se deslizaba sobre un madero. Había conseguido asirlo con ambas manos y navegaba en la corriente, esta vez en dirección correcta, hacia la costa. De vez en cuando, sin embargo, lanzaba gritos de terror, como si tuviera miedo de soltarse o de no llegar. En cambio a mí las olas me empujaban hacia adentro, aprovechando mi languidez. Tenía los ojos turbios y las piernas, heladas, ya no me respondían. Pero era un hombre salvado, de modo que le grité:

—¡No se suelte! ¡Déjese llevar!

Estaba a punto de desmayarme, pero tuve miedo de que el cansancio la venciera, de modo que conseguí elevar la voz:

—¡No se duerma! ¡Pronto hará pie! ¡Conserve su valor!

Aunque las olas me impulsaban hacia adentro, yo era un hombre salvado y los sobrevivientes suelen ser generosos, por lo menos, durante un rato. Esa pobre mujer podía ahogarse, de modo que gasté mis últimas energías en proporcionarle apoyo moral para llegar a la costa. El cielo había aclarado, con la misma rapidez con que oscureció, y aunque yo tenía los ojos entrecerrados, pude ver la oscura figura de la mujercita, a caballo del madero, muy próxima a la orilla. Seguramente mi voz ya no alcanzaba, para decirle que podía soltar ya su salvavidas y .ganar la costa a pie. Pero era posible que se diera cuenta por sí sola; en cuanto a mí, no había ningún peligro: aunque las olas me conducían hasta el fondo y sentía los pulmones llenos de agua, nada podía ocurrirme: era un hombre salvado, al que ya nada más puede sucederle.

(Cristina Peri Rossi)

Ilustración: © Lorenzo Mattotti

Publicado por Puzzle a las 22:19
Etiquetas: ,

1 desvaríos  

domingo, 8 de julio de 2007




Lo peor de todo es la sonrisa. A continuación me desarma y pierdo el mapa de la galaxia. Lo hace siempre, como quien no quiere la cosa, partiendo de una mirada de factura grave, como de estar a punto de perder el contacto con la nave nodriza y precipitarse después en algún agujero negro sin tiempo para volver al primer segundo de la cuenta atrás, al lugar de no retorno. Y claro, luego llega sin avisar la sonrisa, su sonrisa, rompiendo la escena en la trama de un tapiz hermoso, quedándose tan tranquila, tan en calma, inmune a su propia verdad, echando a volar lejos como si acabara de sobrevivir a una catástrofe aérea, sin darle ninguna importancia, sin saber -sin tener ni idea- que por una sonrisa así, los gobiernos insurgentes desarmarían todas las cabezas nucleares del planeta y levantarían en su lugar nuevas escuelas, nuevas formas de entregarse a la causa, nuevas maneras de morir de amor.

Fotografía: © Virginia Gálvez

Publicado por Puzzle a las 0:56
Etiquetas:

4 desvaríos  

domingo, 1 de julio de 2007


A veces el chico piensa en tomar un tren o un avión o un autobús de línea y visitar por sorpresa a aquella novia que tuvo y a la que tanto quería. Otras, sencillamente se conforma con el hecho de verse acosado por esa determinación y pensar que un día de estos tomará por fin ese tren o ese avión o ese autobús de línea. En los días peores, simplemente piensa en tomar sin más, y no hay tren, ni avión ni autobús de línea, tan solo una botella de cerveza caliente o de vodka del malo comprada de regreso a casa en los chinos de la esquina. Bebe de un trago, empinando la botella y cerrando los ojos, y le reconforta pensar en una inocencia que ya no tiene, en su nariz pegada contra el cristal mientras hace dibujitos con los dedos y se imagina la cara de ella cuando él se plante en el portal de una calle cualquiera que se figura cuesta arriba o empedrada o las dos cosas.

Quizás, se dice, le lleve un regalo; una pulserita, un collar o una tortuguita en una tartera de plástico, porque ya siendo novios descubrió que a ella le encantaban las tortuguitas y las salamandras, aunque ahora no recuerda si era a ella o a aquella otra, y desecha la opción de la tortuguita pero no la de la pulserita de cuentas. Después de todo, no ha pasado tanto tiempo y seguramente ella le recuerda como no recuerda a nadie y poco importa si anda con alguien medio en broma o medio en serio porque nada más se lo encuentre parado como una estatua triste en esa calle empinada de adoquines azules, un pulsador gastado dará la orden o la contraorden de recordar las cartas antiguas y las que no fueron escritas o enviadas.

La chica a veces piensa en tomar un tren o un avión o un autobús de línea y visitar por sorpresa a aquel novio que tuvo y tanto quería. Otras, simplemente se conforma con tomar una determinación con respecto a ciertos asuntos menores que puede posponer o retrasar sin perjuicio alguno. Qué hacer, comprar ya el vestido de topos negros que la espera en aquella vitrina del centro o esperar a las próximas rebajas. En los días peores, simplemente piensa en que los días peores pasan y se diluyen en el tiempo como un mal viento. Mira la botella de whisky dorado que compró un día de bajón en el súper pero nunca llega a beber. La cajera de mediana edad y pelo teñido de rojo le miró enarcando las cejas, como pidiéndole una explicación, y ella, un poco avergonzada, hubiera querido decirle que no es de esa clase de chicas que beben a solas. Le reconforta pensar en su nariz pegada contra otra nariz mientras hace deditos con dibujos y se imagina a ella misma plantando cara a la vida que se presenta cuesta arriba o empedrada o las dos cosas.

Quizás, quién sabe, se haga un regalo, algo que no sea tan caro y maravilloso como el vestido de topos negros que siente deseos de robar cada vez que pasa ante el escaparate de esa boutique. Tal vez bastará con una pulserita de plástico o un collar, cualquier cosa menos una de esas tortuguitas con su islote y su palmera de mentira, o una salamandra con ojos de vieja que ya no son de su agrado, desde que el chico del que aprendió a olvidar hasta su nombre (en realidad no lo hizo pero se atrevería a jurar que sí) desapareció con la promesa de volver un día en un tren o un avión o un autobús de línea y con el que querría encontrarse para preguntarle por qué o a santo de qué vino tanto olvido.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Julio-Agosto 2007)

Publicado por Puzzle a las 14:15
Etiquetas: ,

5 desvaríos  

lunes, 25 de junio de 2007




El protagonista de esta historia tiene un día de perros: su mujer se la pega con Desgana, un tipo gris y grasiento que se encarga de cuidar el patio de vecinos y se beneficia —también— a la del tercero, luego está el añadido del cabrón de su gestor, que sólo le da disgustos con el IVA y que nunca conseguirá que le salga nada a devolver, y también su jefe —otro figurín— que sabe cómo sacarle de sus casillas cada vez que se acerca a esa triste mesa de oficina mientras le mira de soslayo. Muy raro todo.

Muy raro todo. Eso y el codo de la tubería del fregadero, que se sale, y que seguro que fue el detonante de su primera ración de cuernos: tuvieron que llamar a un fontanero que no tendría más de dieciocho primaveras, que andaba aprendiendo la profesión familiar y que entre ñapa y ñapa se entretenía —cómo no— amasando los pechos de las señoras hartas de la vida y necesitadas de contar algo interesante en las meriendas caseras de Stanhome. Claro.

Claro que lo último que imaginaba era lo de la junta de la culata, porque mira que es jodida una reparación de esas, lo dice el del taller, con su palillo en la boca y todo, mientras se rasca la cabeza y después la entrepierna.

Seguro que de trescientos no baja,
déjeme puestas las llaves que intento hacérselo rápido,
pero ya ve cómo andamos de trabajo,
y más ahora, para navidades…
que la gente lo quiere todo para antes de ayer

Antes de ayer había sido un día triste pero sin sobresaltos, al menos eso es lo que piensa, un día sin grandes cataclismos, un día sólo para dejar pasar. Le gusta arrancar la hoja del calendario de la parroquia que cuelga de la pared grasienta de la cocina desde abril y que se quedó petrificado en un domingo veintisiete.

Veintisiete son los euros que le quedan para acabar el mes y están a día ocho. Cómo hacer para llegar a treinta y uno y sobrevivir a los recibos, a las fechas señaladas, a las solitarias cenas familiar y, por supuesto, a Desgana que copula sudoroso sobre su mujer, o igual ni eso, a lo mejor sólo la apoya contra el fregadero (no quiere ni pensar que fue así como empezó a gotear el codo) y terminan en dos minutos, sin bajarse los pantalones. A veces, se sienta en alguna plaza para no llegar tan pronto a casa, se busca en los bolsillos, encuentra cinco euros de los veintisiete que le quedan y que tan a gusto se gastaría en una cerveza o en un bote de salfumán para tomarse de un trago, luego suele cambiar de idea y compra un paquetito de castañas que le llevará a su mujer, que seguro que ha tenido un día peor que el suyo, porque las meriendas de Stanhome son harto aburridas y porque tiene que sufrir a Desgana que, al fin y al cabo, es un tipo desagradable que se encarga de mantener entretenida a su Paqui, la pobre, todo el día tan solita y tan venida a menos.

Ilustración: © Cecilia Varela

Publicado por Puzzle a las 12:58
Etiquetas: , ,

4 desvaríos  

lunes, 14 de mayo de 2007


Quedaban doce horas para el fin del mundo, doce horas para abandonar aquel territorio frágil pero hermoso que habíamos levantando a base de ideales románticos y canciones de Serrat. El sitio donde estar a salvo de todo y al que íbamos a caer agotados noche sí, noche también, mientras nos contábamos qué tal en el trabajo o con los chicos, qué tal la vida en general. Los días fueron cayendo como losas a la espalda, aplastando toda posibilidad de un reencuentro o de un arreglo, algo que nos hubiera dado un poco más de tiempo, fuerzas o ganas de salvar la nave, la misma que una vez navegó enamorada y decidida. Se había ido desmontando poco a poco, como la casita o el castillo con piezas de Lego que se alzaba cada tarde en el cuarto de los juegos, y yo no supe/no quise/no pude (táchese lo que proceda) darme cuenta. Los niños enseguida supieron que papá y mamá los querrían mucho, que nada entre ellos y nosotros cambiaría y que tendríamos que ayudarnos entre todos para hacer las cosas más llevaderas. Violeta devoró un paquete de tizas y estuvo con fiebre cuatro días seguidos, Nicolás, que nunca antes se había peleado con nadie, visitó tres veces en una semana el despacho de la directora y la enfermería. El mismo día que terminamos de pagar el coche, Alma me recogió por sorpresa en la oficina, fue breve.

Tenemos que hablar y no, no hay nadie más.

Quedaban doce horas para el fin de todo mi mundo y eso significaba que Violeta y Nicolás tendrían que cuidar de mamá y que yo no me perdería ni uno solo de los partidos de fútbol ni los festivales de fin de curso. Mi abogado dice que ella ha sido generosa, que dé gracias porque podía haberme quedado sin nada: incluso sin Alma.

Publicado por Puzzle a las 21:10
Etiquetas:

7 desvaríos  

martes, 1 de mayo de 2007


En el momento justo en que se encuentra pensando en ella y la extraña, la actriz inicia el cortejo en aquel café de ambiente y de encuentros efímeros. El alcohol y cierto cuerpo de hembra arman el resto; la actriz hace el amor con otra mujer - pensamos que otra actriz o quizás una escritora- y se modelan en femenina multitud. Como la noche cobija los desvaríos de unos cuantos, él sigue pensando en ella aunque desconoce que en ese instante preciso, la actriz tantea otro cuerpo de mujer no tan distinto del suyo pero que apenas tiene nada que ver. Cada cual con sus delirios -unos por echar de menos y otros por echar de más- nadie termina sabiendo quién se piensa o quién se abraza. En todo caso el lector guardará el secreto encerrado en una arquilla de roble perfectamente sellada con su silencio.

Publicado por Puzzle a las 18:43
Etiquetas:

4 desvaríos  

martes, 24 de abril de 2007


Claro, claro que yo quería haber sido un magnífico velero Nimbus de 22 metros de envergadura. Cómo no iba a querer, si la envergadura era lo primero que tenían en cuenta el resto de artefactos voladores, sobre todo las cometas, aquellas elegantes cometas a las que recuerdo flotando en el aire de espaldas como bañistas de perfil indolente justo antes de iniciar el cortejo aéreo. En aquel tiempo, si dabas la medida adecuada, podías volar junto a ellas, olisquear la estela que dejaban tras de sí y acariciar la esperanza de poder ser considerado uno más en el cuerpo de baile. Yo, pobre de mí, que vine antes de tiempo y del revés -por la cola- hecho un casi nada. Yo, que nunca pude saborear ciertas glorias a pesar de ser aerodinámico por naturaleza y terco como un bailarín irlandés. Me esforzaba, eso sí, con verdadero entusiasmo en mejorar la técnica de vuelo, día tras día se me podía divisar planeando hasta la extenuación por más que intuyera que al final de cada trayectoria ascendente sobrevendría aquel agónico instante en que, rodeado de cirros burlones, dudaría de mis posibilidades, de mi equilibrio, dibujando una enorme “O” desalentada en el aire, una suerte de bucle en espiral antes de terminar estrellándome en la maleza del jardín o entre los brazos flacos de algún niño abúlico que me estampaba contra el suelo poco después, en el vuelo más humillantemente corto que nadie pudiera figurarse. Un vuelo pesadilla igual de amargo que los tortazos que los curas del colegio propinan en las narices a los niños bobos.

En honor a la verdad y por mucho que esta duela, yo era tipo de vuelos rasos. Las pocas veces que lograba alzarme a una altura digna de mención mi odisea terminaba, indefectiblemente, en un fenomenal constipado de vías altas, las palitas de mi hélice enrojecidas, protestando con un aleteo nasal que le hubiera partido el alma al ingeniero aeronáutico más implacable. Así transcurría mi vida de avión fracasado, saliendo trasquilado de parkings de aeropuertos y campos de vuelo, entre la indiferencia del resto de la flota y algunas acrobacias ridículas con las que intentaba llamar la atención de los grandes, aquellos que eran capaces de dibujar arañazos infinitos en la espalda del cielo. Y eso contando con que todo saliera bien y no me topara en el viaje con algún terrible ingenio teledirigido, como aquella vez que fui arrollado por un flamante B52 y casi no salgo del taller de reparaciones.

(Ahora tengo unas alitas nuevas a las que no termino de acostumbrarme)

Esa es mi historia, mejor dicho, esa era mi historia, la penosa cadena de acontecimientos a la que estaba condenado si no hubiera sido por Nora que me rescató de ocupar un rincón en la sección de aeromodelismo de alguna tienda de juguetes. Todo hay que decirlo, ahora sé que mi destino había sido escrito para algo grande y ese, sin duda, es el motivo por el que nunca fui un velero o un zeppelín. Pero tuve que entender después: era necesario comprender que mi rumbo era otro, era necesaria Nora, cada dos semanas en un hotel de extrarradio y la fachada de ladrillo cárdeno contra la que me estrellé por azar o más bien a causa de una trayectoria inverosímil, hace cosa de un año, en las cercanías de la Terminal de salidas internacionales. Ese batacazo afortunado me permitió avistar un segundo la silueta de Nora, fatigada en uniforme azul, ante el espejo, desabrochando un botón, soltando un pañuelo que le ceñía el cuello. Nora, mi vigorosa azafata escandinava, hecha de pequeños retazos al principio, fotogramas de unos ojos cobalto hinchados por el sueño y la ropa interior blanca que me daba tiempo a coleccionar en mi memoria antes de perder el conocimiento, estrellado en la parte de atrás del hotel, junto a las sobras de la cocina y a un gato rojo que me veía caer muy serio, preguntándose quizás, qué clase de estúpido palomo era yo.

En todo ese tiempo vi a Nora marcando el teléfono de aquel piloto casado que ya no acudía a sus citas. La vi soltar con desaliento la cola de caballo que ceñía su pelo de princesa vikinga, la vi desnuda de cintura para arriba como un espléndido mascarón de proa, colocándose un par de tapones en los oídos 22 veces, puesto que 22 fueron, si las cuentas no me engañan, los lanzamientos fallidos que tuve que efectuar hasta que conseguí rebasar la fachada y pude contemplarla del todo, tendida sobre la cama, dejando pasar las tardes con la falda recogida bajo los muslos, acariciándose para sí misma. De ese modo se sucedían los días de manera cíclica: volaba hasta su ventana en cada una de las escalas transoceánicas, lograba impulsarme lo suficiente como para remontar el patio exterior y el jardincito, cruzar el alféizar y divisar a Nora palpándose, como si quisiera comprobar que ella misma era real. Toda mi existencia, de repente, se dibujaba con forma de un arco perfecto trazado milimétricamente hasta sus muslos, un cielo nórdico y mejor. La primera vez que caí sobre la cama, Nora se asustó y me dio una patada que me hizo perder el sentido. Pero entonces se apiadó de mí, me recogió del suelo y me dejó descansar en la mitad izquierda de su cama de hotel, hasta que me recuperé un poco. Después se acostumbró a verme aparecer al otro lado del cristal y con el tiempo llegarían las propulsiones programadas, los suspiros cada vez que aterrizaba en su pista y las palitas de mi hélice comenzaban a rotar felices dentro de Nora. Por encima de todo y de todas las cosas, encajarme en Nora sería el destino.

Nora ya no me dejó marchar. Ahora viajamos juntos en cada uno de sus vuelos internacionales y me protege de las miradas curiosas ocultándome dentro de su maletín azul. Nora, dispuesta a arrojarme en cualquier momento como un boomerang leal contra su cuerpo de acorazado ruso, Nora experta en el cálculo órbitas satisfactorias, Nora autosuficiente, tripulando mi existencia con rigurosidad soviética. Nora, mi discreta azafata escandinava, cerrando tras de sí la puerta de alguna habitación de hotel, dispuesta a recibirme complaciente, satisfecha como nadie de formar parte de una de las dos mitades que conforman esta extraña tripulación.

Publicado por Puzzle a las 21:45
Etiquetas:

6 desvaríos  

jueves, 19 de abril de 2007


La situación es la siguiente: él se mira la entrepierna por debajo de las sábanas y descubre que ha perdido su habitual y formidable erección. Lo de formidable es un calificativo que acostumbran a usar algunas de las mujeres con las que mantiene la nada desagradable costumbre de compartir confidencias y algo más que complicidad, en realidad algo mucho más cercano a la lujuria que a la ternura. Conviene aclararlo. Se palpa un poco, primero en un movimiento suave y delicado, como si estuviera pidiendo permiso a su propio pito, después emprende un movimiento más mecánico y carente de toda sutileza. Conoce bien los principios hidráulicos de la erección y le sorprende aquella ausencia. No está acostumbrado a echar de menos una erección, es más, en ocasiones suele pensar que padece del mismísimo mal de Priapo y le gusta imaginarse obscenamente fálico, en una erección perpetua, despertándose en medio de la noche y erecto, colocando las manos protectoras sobre su dureza como el niño que quiere conciliar el sueño mientras coquetea con el lóbulo de su oreja, habituado a la misma firmeza de siempre cuando amanece, a hacer cualquier cosa cotidiana en permanente estado de erección, a tener que disimular en el autobús o en el metro, en la fila del banco y en la oficina, supeditado a hacer lo imposible para ocultar su inoportuna manifestación eréctil y permanecer alejado de las miradas sorprendidas y morbosas que parecen darse cuenta de todo lo que ocurre bajo su bragueta.

Intenta recordar la última vez que vio su erección, hace un esfuerzo considerable, visualiza imágenes poco definidas de las últimas horas, intentando encontrar el momento y el lugar exacto donde la extravió, todo ello al tiempo que inicia una oscilación pélvica que le permita encontrar el estímulo adecuado para recuperarla. Se acaricia, busca una postura más cómoda y piensa en calzoncillos y en lo poco que le gusta la palabra calzoncillo, piensa en eso porque le resulta familiar -por reciente y continuada- la imagen cada vez más cercana de su presunta última erección bajo la ropa interior hace una o dos noches, en esa misma habitación, esperando visita y notablemente excitado.

Salta de la cama y busca en el cajón de los calcetines. Tampoco le gusta cómo suena la palabra “calcetines”. Revuelve en todos los cajones , quizás con las prisas dejó olvidada su erección entre las prendas que tienen los nombres más feos de la casa. Enseguida le asalta una duda: es posible que su última erección no fuera solitaria sino compartida, lo peor del asunto es que no le gustaría tener que llamar a la última mujer con la que se acostó, puesto que no quedaron nada bien. Como si no quisiera aceptar esa posibilidad, busca también en el sitio de las toallas y bajo el somier. Chasquea la lengua contrariado. Se arma de coraje y marca el número de la chica con la que no desea hablar, ¿qué pensará ella de una llamada así?, seguro que la imagen que ella tiene de él no mejora en absoluto, posiblemente empeore. Escucha la voz desencantada de la mujer, intenta ser breve y conciso,-¿te suena si me dejé la otra noche mi erección en algún lugar?, en la mesita quizás, o en el baño, o en el sofá, la echo en falta y no sé dónde la he dejado-. No le da tiempo a terminar la frase porque ella le insulta y termina la llamada con un golpe seco de auricular, como quien deja caer una guillotina sobre la garganta de alguien. Después el tono de ocupado y después de eso, nada.

Cierra los ojos. Intenta pensar en cosas agradables: por ejemplo en mujeres dándole placer, en él dando placer a mujeres, a una sola, a varias, en diferentes lugares y posturas, con diferentes grados de perversión, mujeres jóvenes y aún medio hechas, mujeres maduras y vueltas de todo, mujeres pistacho con el sexo cerrado, mujeres sandía, redondas y jugosas. Recuerda como en una moviola todos los encuentros posibles, imagina situaciones extremas, relaciones prohibidas (casi incestuosas), encuentros en locales oscuros donde todo el mundo termina follando con todo el mundo, también utiliza la ternura y evoca a todas las mujeres que fueron sensibles y dulces con él. Nada de todo aquello es suficiente para encontrar de nuevo su erección. Decide distraerse, no darle más importancia por el momento, decide leer algún libro o escuchar la radio: eso le calmará y le ayudará a pensar en otras cosas. Quizás al día siguiente recupere su erección. Piensa, o quiere pensar, que las cosas mejoran siempre mañana.

El informativo de las nueve informa del asunto de su erección. Parece ser que la noticia a estas horas se está extendiendo por toda la ciudad como un río que se desborda. Al principio no acierta a comprender el fondo grave de la situación. Tampoco es capaz de reaccionar. Sin duda es lo peor que le puede suceder: pronto las mujeres con las que mantiene la nada desagradable costumbre de compartir confidencias y algo más que complicidad, querrán averiguar (más bien comprobar) por sí mismas lo que en estos momentos se anuncia como una tragedia infame. Sus sospechas se materializan cuando comienza a escuchar el susurro apagado, cada vez más creciente, de alguien o algo que araña la estancia desde fuera. El susurro pronto se transformará en un murmullo molesto y el murmullo en un clamor inextinguible. Ellas están preparando el asalto al otro lado, se aproximan por la calle de aceras húmedas y mal alumbradas, toman el zaguán, la escalera principal, reptan, rascan la pared con la espalda, golpean la puerta. Él sabe que no se detendrán hasta tirarla abajo.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Abril 2007)

Publicado por Puzzle a las 22:12
Etiquetas: ,

6 desvaríos  

lunes, 9 de abril de 2007




Se introduce en el tambor una sola bala de dolor. Previamente verificas que el tambor está vacío. Vacío como una mañana de resaca, como un verano que se arroja desde la última planta. ¿Tuviste alguna vez la certeza de un dolor apuntando directo a la sien? Apuntando y acertando de pleno, porque la sola idea de un proyectil girando en la recámara, aguardando una sien que reventar, duele. A veces nos espantan las ideas, mucho antes de que sean otra cosa: certezas por ejemplo. Luego sabes que vendrá tarde o temprano el dolor, propagándose de manera absoluta dentro de tu cabeza. No intentes desviar la atención de ninguna otra manera, no trates de sujetar los párpados con pinzas de tender la ropa, nada de eso, tampoco sirve clavar un manojo de alfileres en el pecho. Nada vale. El tambor gira, con una bala de dolor preparada para ti, no importa que no sea hoy, ni mañana, no importa que te salves, siempre cualquier salvación es efímera y el dolor terminará en tu sien pese a todo, junto con las pinzas y los alfileres, de modo que verás tu vida entera desparramada en forma de un dolor punzante salpicando las cortinas o las sábanas. En todo caso te queda la oscuridad y el silencio, la oscuridad y esperar -desear- en postura horizontal a que remita, a que decida instalarse en otra sien, en otro tambor con otro proyectil de dolor dispuesto a reventar una cabeza, que por una vez, no sea la tuya.

Publicado por Puzzle a las 9:00
Etiquetas:

2 desvaríos  

domingo, 1 de abril de 2007


Nadia mira al mar y sonríe. Piensa que un marinero o un representante de joyas vendrá a buscarla, lo cierto es que también aceptaría con agrado a un vendedor de enciclopedias a domicilio, pero no quiere volver a saber nada de domadores de circo o de poetas con pantalones caídos y barba de tres días. Una vez tuvo un amor que leía tanto a Hemingway que quiso engordar como él, hablar como él y ahogar los sueños en alcohol como él. En realidad Nadia no quiere a ningún escritor, son todos excepcionalmente raros. Su madre se casó con un cuentista que desapareció dos días después de que Nadia viniera al mundo, posiblemente buscando lo que todos los escritores: vivir del cuento.

Nadia sabe que a ella no le puede ocurrir nada malo. Mira al mar y sonríe. Aprendió que cuando una mujer sonríe y viste de blanco nada malo puede ocurrirle y que si ocurre, seguramente será porque tiene que suceder. Cuando una mujer sonríe y viste de blanco en la adversidad, la adversidad se deslumbra y se marcha en busca de alguna mujer que llore vestida de oscuro.

Lo de las palomas es pura logística. Nadia sospecha (y sospecha bien), que los marineros o los representantes de joyas viajan mucho, mucho más que los vendedores a domicilio y desde luego mucho más que los escritores, así que Nadia escribe notas y cartas de amor que guarda bajo la almohada y que algún día, seguramente un sábado, enviará prendidas en el pico de una paloma o de un gavilán. Para ir ganando tiempo y no hacer esperar a sus amores viajeros, tampoco está de más aguardar vestida de novia, con un ramillete en la mano y una sonrisa en la otra. Como si conociera de antemano la respuesta.

Publicado por Puzzle a las 17:23
Etiquetas:

5 desvaríos  

sábado, 24 de marzo de 2007


Hubo una vez que amé y fui amado. Parecía la vez, aquella en la que hubo un tiempo que estuve esperando y creí reconocer cuando llegó. Sabía que era esa, porque todo tomaba la forma perfecta, porque solíamos temblar al tiempo que nos devorábamos sin miedo a coger una indigestión. También llorábamos o reíamos según nos daba el viento, nos emocionábamos susurrándonos a media luz y jugando a ser jóvenes exploradores bajo las sábanas. Leíamos cuentos antes de hacer el amor y hacíamos el amor como si fuéramos el cuento que leíamos. Andábamos las calles del derecho y del revés, íbamos al circo y comprábamos palomitas. Me dejó cinco veces y me rompió el corazón dos. Con el tiempo también perdió la fe en lo que creía que yo era y se olvidó. Ahora ni siquiera me echa de menos o rememora aquellos asaltos cuerpo a cuerpo hasta el amanecer. Ella , como pueden imaginar, es inmensamente feliz con otro con el que anda plenamente las mismas calles arriba y abajo. Ahora y no antes, todo toma la forma perfecta. Lo cierto es que yo tampoco me acuerdo, ni la echo de menos, no me pregunto cómo le tratará la vida ni si el tipo aquel es más listo o más guapo y si su nivel de fe acompañará como perro lazarillo al entusiasmo o al revés. Todo resulta tan lejano que no cabe la menor duda: debió de ser un sueño que tuvimos a destiempo.

Publicado por Puzzle a las 7:22
Etiquetas:

4 desvaríos  

domingo, 4 de marzo de 2007




Jamás he podido tolerar los bostezos, sobre todo en la boca de un agente de policía. Es más fuerte que yo, si en cualquier esquina veo bostezar a un vigilante me le acerco y le doy una de esas bofetadas de ida y vuelta que parecen una paloma. Esto me ha costado ya tres costillas fracturadas y un total de quince meses de cárcel, sin contar patadas y machucones. Pero no está en mí impedirlo, y la única posibilidad de evitar tantas desgracias es encontrarme con policías que aman su trabajo y se interesan intensamente en la dirección del tráfico. Con los curas es casi peor, porque cuando sorprendo a un cura bostezando mi indignación rebasa todos los límites. Voy lo más posible a misa, y desde las primeras filas vigilo atentamente al oficiante. Si lo sorprendo bostezando en el momento de la elevación, como me ha ocurrido ya dos veces, algo más fuerte que yo me precipita sobre el altar, y no quieras saber el resto. Hay voluminosos expedientes en la curia, lo sé, y en algunas iglesias soy anatema y defenestración apenas me asomo al nártex. A mí personalmente me encanta bostezar, porque es higiénico y los ojos se me llenan de lágrimas que arrastran consigo numerosas impurezas. Pero jamás se me ocurriría hacerlo mientras espero, con el bloc de estenografía en la mano, que el señor Rosenthal me dicte una de esas cartas en las que se niega a cualquier cosa con gran derroche de jarabe. A veces tengo la impresión de que al señor Rosenthal le preocupa que yo no bostece, porque mi concentración en el trabajo lo ha obligado a aumentarme el sueldo. Estoy casi seguro de que si alguna vez se me escapara un bostezo, el señor Rosenthal me lo agradecería sin palabras; es evidente que tanto interés profesional lo inquieta. Pero yo disimulo minuciosamente los bostezos que a partir de las cuatro y media se agolpan en mi paladar y mi garganta; por eso, si al salir veo bostezar a un vigilante, no puedo contener la indignación y me precipito a darle de bofetadas. Es curioso, pero lo hago sin el menor placer, un poco como si en ese momento yo fuera el señor Rosenthal y al mismo tiempo el vigilante, es decir como si el señor Rosenthal me estuviera abofeteando en plena calle. Casi prefiero las patadas y el calabozo, o la excomunión cuando es un cura, porque entonces se trata de mí, únicamente de mí después de esos episodios en que ya nadie sabe quién es quién.

(Julio Cortázar - Último Round)

Publicado por Puzzle a las 12:12
Etiquetas: ,

0 desvaríos  

miércoles, 28 de febrero de 2007




Goodbye stranger. Madrugas cada día más, es temprano incluso para dejar la ciudad cuando sabes que tu chica no entenderá nada a la hora del croissant, quizás por eso no te molestas en dejar el garabato de siempre sobre el papel amarillo, aprendiste que no funciona, que no anestesia el dolor, porque el dolor de los despechos dura siete días por semana. Luego está el dolor de los abandonos -que no puede saberse lo que dura- o el dolor de la verdad a medias, escondida junto al papel de plata de "envolver verdades a medias" y entonces tú stranger, acostumbrado a que no te crean o a que te crean con reparos, tú acompañando las palabras cariñosas con “por si acasos” o un “pase lo que pase” cuando los dos sabemos stranger, que un pase lo que pase es como un pero, ciertamente más sutil, en letra minúscula.

Goodbye extraño, ha estado bien, espero que encuentres el paraíso en tu largo camino a casa, seguramente nos veremos en algún lugar digno de recordar, no mires atrás, no devuelvas las sonrisas de chica fácil que encuentras en tu lado de la almohada cuando llegas los viernes noche o los lunes de mañana, no dejes de brillar mientras suena Supertramp, no mires atrás, goodbye Mary, goodbye Jane, quizás nos volvamos a encontrar, tipo extraño, como cada nuevo día, frente al espejo que siempre devuelve una imagen que no eres tú, ni puede decirse que sea yo, sino un viejo extraño que se marcha -cada día más temprano- de la ciudad.

Publicado por Puzzle a las 3:10
Etiquetas:

5 desvaríos  

viernes, 9 de febrero de 2007




Me gustan tus vestidos contra la pared, contra la pared y de espaldas. Yo te mando castigada al rincón, pero primero el vestido, no importa cuál, sólo vístete, me gustas vestida, me gustas encendida, en ropa interior o sin nada, poniéndote vestidos, banderas, pañuelos, la idea la sabes, el juego: yo miro. El armario bosteza y de su boca aparecen vestidos, preguntando sin malgastar las palabras, sólo mirando, asintiendo, un baile de carnaval hasta el armario y de su boca vestidos, banderas que ondean colgando de rodillas blancas y calientes como panes suaves, el vestido que resbala tímido o tropieza, tú de espaldas contra la pared, conoces el juego, te cuento el castigo, vestido contra la pared y manos, manos mariposa que aletean y se posan en espalda tobogán, al oído el castigo, cuándo fue la última vez que ondearon banderas blancas, blancas de braguitas de encaje, mostrarte de espaldas, entera, un solo movimiento y muslos, calientes, pegajosos ahora, mariposas que aterrizan en caderas con vestido y sin vestido, contra la pared, conoces el castigo, caderas que preguntan, caderas columpio, no te vayas, me gustas contra la pared, con vestidos y encendida, un castigo en el oído con forma de pregunta, despacio y luego prisas y banderas y pañuelos, sabes lo que viene, salvas en tu honor, ráfagas de manos, un armario que bosteza y el resto de vestidos, alerta o en espera, no sea que mañana tengan que ondear desde tus caderas.

Publicado por Puzzle a las 3:38
Etiquetas:

10 desvaríos  

jueves, 25 de enero de 2007




Un avión tiene nombre de ciudades o países, de poetisas o escritores importantes. A Jacobo Fuentes le gusta volar en aviones plateados cuyos nombres se parecen a “Enrique Anderson Imbert” o, mejor aún, a “Julio Cortázar”. Son nombres estupendos para esos aviones. Posiblemente existen y nunca Cortázar cuando tomaba alguno de los vuelos transoceánicos con destino a París, podía imaginar que los aviones llevarían nombres como el suyo y un tal Jacobo Fuentes viajaría en ellos. Jacobo rumbo a festivales de jazz en Montreux -o al mismo París-, Jacobo y sus pentatónicas tristes silbando a Pastorius en los baños de clase turista. Jacobo Fuentes tomando tierra en aeropuertos de capitales europeas dentro de la panza del mismísimo Julio Cortázar.

Fotografía: © Susana Salguero

Publicado por Puzzle a las 23:37
Etiquetas:

3 desvaríos  

lunes, 15 de enero de 2007




Como cada lunes, Paco el cartero, atraviesa la puerta de casa y de manera ceremoniosa, hace entrega de las cartas en forma de bolero, la misma carta escrita una y otra vez con diferentes temblores de mano, con restos de lágrimas aplastadas contra el papel en márgenes también diferentes pero con el mismo sabor amargo de las demás lágrimas. Lágrimas de mujeres despechadas y olor a perfume caro.

Paco se queda mirándome fijo, como si estuviera contemplando la sombra de una persona y no a una persona. Al principio no decía nada, qué iba a decir, pero con los días se fue arrancando con saludos melancólicos pero cada vez más cercanos, como si hubiese decidido que mi vida es aún más triste que la suya, o por lo menos igual de triste, con la salvedad de que -al menos- a él no le queda más remedio que peregrinar por las calles y las avenidas cada día en su particular entrega de facturas vencidas y propaganda comercial, y de ese modo la ciudad le regala algún tipo de esperanza o de empujón hacia un tiempo que él quiere creer que será mejor y que no tardará en llegar.

Como cada lunes le invito a pasar. Preparo café y Paco busca las tazas y el azucarero en la alacena. Coloca todo sobre la mesa mientras esperamos a que la vieja cafetera italiana, que vino con Laura y se quedó después de que ella hiciera la maleta, estornude precariamente. Permanezco sentado en el sillón orejero, con la cabeza entre las piernas como un avestruz con zapatillas de fieltro. Paco sirve un poco más de leche. Al fin y al cabo se ha convertido en mi único vínculo con el exterior. Es él quien trae las cartas de Celia, los reproches de Laura, el quejido lejano de Violeta, la infinita alegría de Silvia ahora que –finalmente- ella es feliz junto a otro hombre que de verdad la merece. Todos esos despechos en mi buzón o en las manos de Paco, cuando soy yo quien parece un bolero, quien se está transformando en alguien cada día más triste, un tipo a punto de extirparse el ombligo, si es que el ombligo puede volver a ser extirpado una segunda vez, cansado de oír la misma letanía, el rezo de todas las mujeres que he ido conociendo, obsesionadas con mi ombligo – el nunca bien ponderado ombligo- y con mi puñetera manía de tener otras vidas en esta, como si una cosa fuera incompatible con la otra. Mujeres, al fin y al cabo, que se enamoraron de lo que más tarde tendrían que despreciar.

Paco vacía el saco con las cartas sobre el canapé abatible que preside el dormitorio, como una piñata mustia a la que le duelen los palos que le acaban de dar. Conoce casi tan bien como yo el contenido de las mismas, a veces, incluso me ayuda a rasgar los sobres, aspira conmigo el perfume de todas aquellas mujeres que desde algún lugar mejor se encargan de enseñarme religiosamente que el tiempo vuelve a por mí una y otra vez, como cada lunes, y me pregunta por ellas, como Paco, que poco a poco quiso saberlo todo: quién era la más dulce, la más complaciente bajo las sábanas o quién de ellas era la portadora de la ropa interior más diminuta, de modo que una a una voy evocándolas a todas, bajo la mirada atenta de Paco, que asiente con la cabeza o dibuja alguna mueca de contrariedad que sincroniza de manera exacta con los aspavientos de mi cara que se va desencajando con cada recuerdo. Paco sabe cómo me abandonaron, cómo salieron de mi vida y cómo han ido reapareciendo en forma de carta. Al tiempo averigué que Celia reunió a todas las mujeres que habían sufrido el mismo infortunio y constituyeron más tarde una asociación de damnificadas. Desde entonces, todos los lunes, Paco me trae las cartas, las separa lealmente en la oficina para que no se mezclen en el mismo paquete de las facturas, sabe que son importantes porque no representan otra cosa sino el destino que ha sido escrito para mí - y nunca mejor dicho- por eso Paco aparta las de Celia y las de Laura, las de Silvia y las de Violeta, todas dicen lo mismo, son las portadoras de un único mensaje, un bolero epistolar que comienza a sonar en cuanto se abren las cartas y que de manera enfermiza va vistiendo la estancia de notas tristes, las voces quejosas de las mujeres que no supe cuidar, y Paco carraspeando quieto, muy quieto, escuchando las cartas, recogido en sus pensamientos y preguntándose, como cada lunes, si en vez de un bolero, para variar no podría ser un blues o un fado, entendiendo poco o más bien nada, porque no se imagina ni por asomo, que la vida al lado de según quién, sólo puede ser un bolero y no otra cosa.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Febrero 2007)

Publicado por Puzzle a las 2:50
Etiquetas: ,

3 desvaríos  

viernes, 5 de enero de 2007


Greta acostumbra a pintar estrellas y palacios orientales en noches como la de hoy, le gusta hacerlo en la madrugada del cinco al seis de Enero, pinta cuadritos y postales para el resto de los niños del hospicio. Allí es donde supo que en realidad no se llamaba Greta pero que podía bautizarse como ella quisiera, el lugar donde los mayores se inventaban las normas cada día y todo era posible, lo malo y lo peor, el sitio donde había aparecido en forma de paquete extraviado en la puerta, envuelta en papel de periódico, tiritando y de color azul, allí donde tuvo mucho tiempo –todo el tiempo- para pensar en el nombre definitivo que le fuera a juego con sus enormes pestañas estupefactas, hasta que finalmente se quedó en Greta.

Greta guardando un secreto. No deja de pintar palacios y estrellas, lo hace todo el tiempo, afila los lápices gastados y se asoma para contemplar la quietud del extrarradio. Lo hace cada noche de Reyes, espera el encuentro de todos los años sin saber muy bien qué es lo que tiene que ocurrir, como en la secuencia final de alguna película francesa, como en una canción que habla de la mujer que aguarda a un amor lejano. Greta busca en el perfil iluminado de la ciudad, en la ciudad en sí misma, en el hueco vacío que forman las manos de Nico.

Nico el protegido de Greta, su mejor amigo. Nico el niño rubio como un sol, caucasiano de ojos tártaros y salvajes, ojos que no son otra cosa que dos abismos instalados en el fondo de sus pupilas, dos acertijos oscuros desde los que nunca brota nada, un chaval que no conoce ninguna regla, que no está vacunado todavía contra la vida. Por eso es el predilecto de Greta, por eso y porque siempre le hace las preguntas más difíciles, las que no tienen respuesta. Nicolás está flaco como un hilo, Greta dice que es por comer únicamente pan, repollo y té. A Nico lo encontraron en la calle cuando acababa de cumplir los once. En esa época, acostumbraba a pedir bocadillos en los bares. Se comía la mitad y el resto lo envolvía en servilletas de papel que dejaba luego en los cubos de basura para que otros niños como él encontraran comida limpia entre los desperdicios. De todos los palacios que pinta Greta, el más bonito es siempre para Nico.

Los dos guardan el secreto, prometieron no revelarlo jamás. Siguen esperando como cada año, acechan desde la ventana mirando los coches que salen al encuentro de amores fugaces, los autobuses que no van a ninguna parte, gente que busca gente. Miran y esperan alguna señal. Depositan toda su esperanza acumulada en un vaso lleno de moscatel que dejan preparado por si acaso. Al día siguiente por la mañana encontrarán algunos regalos usados y sopa caliente en el comedor, saben que no pueden desvelar el secreto, hicieron un juramento pinchándose los pulgares con un alfiler y juntando luego sangre con sangre. Un juramento secreto para que nunca los otros chicos descubran la verdad: que los padres no existen.

(Publicado en la revista cultural "El Desembarco", Enero 2007)

Publicado por Puzzle a las 23:10
Etiquetas: ,

2 desvaríos  

lunes, 1 de enero de 2007




Con la idea instalada e inamovible en la cabeza de cambiar de una puñetera vez, la cena de fin de año fue un muestrario triste de miradas bajas al plato junto con la consabida colección de buenas intenciones, entre las que destacaba sobre las demás la de dejar de pertenecer para siempre a ese lugar, a esa rara especie en extinción. La próxima vez correría lejos, buscaría otras caras largas con muecas diferentes que explorar por vez primera, otras familias si hiciera falta, pero esa desde luego no. Tenía que elaborar un plan, tenía que empezar a prepararlo todo desde ese mismo instante para que nada de lo que estaba repitiéndose en aquel nefasto tirabuzón de tiempo volviera a suceder. Buscaría un empleo en otro país, mataría a alguien si fuera preciso con tal de no pasar otro comienzo de año en el callejón de los tristes, preferiría enjabonarle la espalda a un camionero vicioso antes que comer sopa de pescado con sabor a reproches. Se buscaría una novia danesa y se compraría un trajecito tirolés que estrenaría cada veinticinco de diciembre. Lo que fuera. El resto vendría después y se daría por añadidura. Todo iría bien. Al menos eso es lo que pensaba y de ese modo podría conciliar el sueño, porque como todo el mundo sabe, lo bueno de fijarse metas -aunque no se consigan- es que se duerme más tranquilo. Vaya usted a comparar.

Publicado por Puzzle a las 1:12
Etiquetas:

1 desvaríos  

 
>