domingo, 9 de abril de 2006



Jacobo Fuentes es contrabajista en un cuarteto de jazz. Le acompañan cada noche un batería borracho, un pianista con nueve dedos (el que falta lo perdió en una apuesta) y un saxofonista con anticuerpos. En realidad lo único cierto en la vida de Jacobo es su apellido: Fuentes, porque le brotan las corcheas del mástil como si fueran chorros de esperma musical. Su nota favorita es la redonda, le gusta creer que las cosas tienen nombres generalmente acertados y que la redonda –por tanto- se llama redonda por algún motivo filosófico que relaciona el concepto de verdad con la esfericidad de las formas (la bien redondeada forma de la verdad) y de los senos. Jacobo habla poco y las pocas veces que habla suele decir que los senos son redondos como verdades y que cuanto más redondos son, más verdad descansa en ellos. Jacobo toca el contrabajo porque aprendió enseguida a distinguir que el sonido que emitía aquel instrumento era como el lamento de un animal marino que llora, un bramido triste y pesado. Tiene, además, gastadas las yemas de los dedos de tanto acariciar pechos fríos y pequeños como piedras lunares.

El caso es que si investigamos más en la vida de Jacobo (porteño y amante de los gnoquis y el bifé) resulta que es amigo de emplear cosas sin cosas, o cosos sin cosos que es como a muchos argentinos les gusta decir a las cosas de modo genérico, así que Jacobo toma el café sin azúcar, alimentos que no saben a nada y lee libros (más bien los ojea) sin contenido alguno que por otra parte nunca logra entender. Además le gustan las mujeres sin sexo o sin senos, lo que viene a significar que tienen pechos diminutos o el sexo cerrado como un pistacho.

Antes de las actuaciones toma bourbon, rememora o tararea temas de Pastorius y acostumbra a tener sexo en su camastro de la pensión de Gran Vía con dos gemelas tristes también con sexo de pistacho. Es su rito particular, luego es capaz de tocar cada noche horas y horas pensando en esas mujeres lánguidas. Por eso cuando Jacobo hace llorar su contrabajo, lo hace al tiempo que piensa en mujeres sin sexo, mujeres de senos diminutos pero redondos como verdades, mujeres de catre y hostal, mujeres para ser retratadas en blanco y negro cuando suena alguna tonada triste, melodías agónicas que se le escapan de los dedos (dedos gastados por el tiempo, dedos sin yemas de tanto acariciar mujeres pistacho y las cuerdas de su contrabajo), dedos que chasquea de vez en cuando para marcar el compás o para señalar el comienzo de un solo interminable, y mientras tanto el público entregado en un silencio respetuoso, quieto, estremeciéndose de tal modo con las semicorcheas tristes de Jacobo que ya no son capaces de levantarse de nuevo de sus asientos ni de sus propias vidas.

Publicado por Puzzle a las 15:51
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5 desvaríos:

Parche dijo...

Jacobo debe haber comprendido, como lo comprenden los verdaderos musicos, lo que en verdad significa y es la musica.
Curiosa forma de encontrar inspiracion.
Saludos Parchesianos.

Anónimo dijo...

jacobo se merece una novela, anda, dale cuerda y trastes, sóplale una canción y empieza a escribirlo. Una admiradora exhibicionista.

Anónimo dijo...

Estoy completamente de acuerdo con María en punto. ¿Para cuando una novela?
Besos.

Anónimo dijo...

si no te has ido... sin que lo sepas... voy a formar parte de este puzzle...

Anónimo dijo...

Escuché una noche a Jacobo, hacía un insólito dúo con Mingus. Luego fue lo de la pasma y cerraron.
Alguna vez creo que lo vi pasar, fugaz, junto al río.
(Y ahora me quito el sombrero – la boina, en realidad- por tu escrito. Enhorabuena)

 
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