viernes, 29 de abril de 2005


El no conocía París, pero tenía en la universidad una amiga francesa que se ofreció a enseñárselo. Lo llevaría hasta el último recodo, de orilla a orilla. La condición: que se dejara seducir. Que no opusiera resistencia. Él asintió con la cabeza y sonrió un instante. Apenas cerraron la puerta de la habitación del hotel, ella corrió las cortinas, apagó la luz y lo hizo entrar en la cama. Cinco días con sus noches estuvieron sus almas luchando cuerpo a cuerpo. Sólo hicieron tregua para beber un poco de la luz que se colaba por las rendijas.

Cuando regresó a su país y le preguntaron por plazas y museos, por calles y jardines, él que no había pisado ni la acera contigua al edificio, se quedó maravillado cuando empezó a responder con la minuciosidad de un relojero.

(Rogelio Guedea)

Publicado por Puzzle a las 2:33
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2 desvaríos:

Alphonse Zheimer dijo...

La verdad es que hubiera sido más jugoso un ataque de sinceridad; Paris bien vale una misa, pero un vuelo rasante por el Edén tendría seguro más pendientes a los acolitos.

gonzalvo dijo...

Es posible amigo Omar, pero dígame usted: ¿Quién se resiste a una de esas amigas francesas que tanto tienen que mostrar?.

 
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