viernes, 21 de enero de 2005


Aparecimos en Veere por azar, dejándonos llevar y escapando del frío y del viento (con el recuerdo fijo en el planeta cierzo y en los copos de nieve de hace dos días). A ti te parece que es un sitio más, pero enseguida se te dibuja una sonrisa al doblar la esquina del viejo museo y ver aquella escena tan peculiar de boda con apenas cuatro invitados; los novios y los dos mejores amigos que hacen las veces de fotógrafo y de chofer. Devolvemos las sonrisas y les deseamos suerte, aunque para entonces ya me llevas de la mano directo a una tienda de regalos que tiene caballitos de madera apostados en la calle. No recuerdo cuántas fotos me pides que te haga sentada junto a unas escobas de bruja (al menos eso dices ) y de una bicicleta verde con un carrito y flores. Buscamos refugio por las esquinas mientras el tiempo se detiene sin que nos demos cuenta, nos calamos de lluvia y te emocionas ante un banquito con dos niños de cartón piedra. Me invento una historia acerca de Violeta y Nicolás (la idea de los nombres es tuya) que van juntos a la escuela , que se quieren tanto y son tan vergonzosos que no se atreven a decirse que se gustan. Cada mañana (incluso cuando no tienen escuela) se sientan horas y horas en ese banco sin decir media palabra , volviéndose la cara para no ponerse colorados. Así resulta que de tanto esperar día tras otro a que algo pase, el tiempo se detiene también para ellos y se quedan como adoquines esperando su primer beso. Dices que no, pero te encanta. Me apuestas la cena a que seguro que los hermanos Grimm inventaron el pueblecito con el molino a la entrada y dos pequeños hoteles para la gente que viene de lejos (Veere se visita en apenas una tarde y recibe más de diez mil visitas diarias en verano), con un café regentado por un tipo encantador y el mejor strudel de manzana que hayas probado nunca. Decido perder la apuesta y la verguenza , no necesariamente en ese orden, y resolvemos hacer noche en la única habitación ocupada de aquel tres estrellas frente al canal.

A la mañana siguiente me cuentas un sueño que habla de ti saliendo en mitad de la noche en busca del banquito ; colocas bien cerca a Violeta y a Nicolás para que de esa manera puedan besarse por primera vez antes de que amanezca . Como nunca he sabido decirte que no , damos el último paseo hasta el Blieck para tomar un capuccino y comprar unas postales. No estaría de más aclarar que a la vuelta tomamos dirección Middelburg con el maletero lleno de caballitos de madera y con una última foto del banquito vacío .

Publicado por Puzzle a las 22:32
Etiquetas:

 

8 desvaríos:

Anónimo dijo...

Jorge: realmente precioso. Es uno de los más bonitos que te he leído. Un besote.

Vero.

Anónimo dijo...

A mí también me gusta mucho!. Es cuento o realidad?. La foto es muy bonita. Enhorabuena por tus escritos.

Besos desde Canarias (seguro que hace algo menos frío que en Holanda!).

Anónimo dijo...

Gracias por incluirnos en tu mundo. Violeta y Nicolás.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Sencillamente encantador, como todo lo que existe dentro de ti y plasmas en tus cuentos.
Un beso.

Anónimo dijo...

¡Vaya envidia más sana me has dado, jorge!!:D Me alegro que tuvieras una tarde tan especial!!^^
Muchos Besotes,
Una pequeña flor admiradora*

Anónimo dijo...

Uno de los mejores cuentos que tienes. Te sigo desde la página de www.loscuentos.net y eres uno de mis autores favoritos. Quería dejarte un saludo desde Argentina.

No dejes de escribir.

Anónimo dijo...

Espectacular. De dónde sacas las ideas?

 
>